La tierra sin mal by Florencia Bonelli

La tierra sin mal by Florencia Bonelli

autor:Florencia Bonelli [Bonelli, Florencia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-10-01T04:00:00+00:00


CAPÍTULO

XIV

—¡Cuanto más tiempo pase —se enfureció Claudio de Ifrán y Bojons— más difícil será encontrarlo, Árdenas!

—Lo sé, Excelencia.

—Hoy es 1° de junio, debíamos detenerlo el 21 de mayo. ¡Más de diez días! Calatrava ya debe de hallarse muy lejos.

—Excelencia, permitidme que os haga una pregunta. —El clérigo asintió apenas—. ¿Interrogasteis a su esposa, la tal Nicolasa Ruiz?

—Sí —masculló, y se rascó el cuello—. Se presentó espontáneamente, por fortuna, pues no habría sabido dónde encontrarla. Aseguró que visitaba a su hija y que, cuando regresó a la chácara días más tarde, su esposo no estaba y el notario de secuestros llevaba a cabo el inventario de los bienes. La historia que me refirió coincide con lo que sabemos de esa sanguijuela. Salvo expresar su deseo de que lo encontremos y le hagamos pagar por un delito que ella desconocía, no aportó nada de interés.

Árdenas mantenía la cabeza baja y miraba a su jefe de soslayo. Desde el fiasco de la detención de Calatrava, el dominico era un manojo de nervios, y su enfermedad de la piel se había agravado. El conocimiento de que el hombre que le había robado a María Clara era casado y que la había rebajado a una vida en el pecado comenzaba a pesarle al inquisidor, que desde hacía un tiempo presentaba la estampa de un anciano. Lucía cansado y enfermo, y Árdenas se preocupó. Si el inquisidor moría, él se quedaría sin trabajo y sin sus cuartillos, que habían sido muchos a lo largo de esos años al servicio de Su Excelencia, pero que él había despilfarrado sin consideración al futuro.

—Excelencia, Domingo Oliveira y Laurencio están rastreándolo por todas partes. Son buenos baquianos, conocedores de la selva y de la campaña. Lo hallarán. ¿Por qué no os retiráis a descansar?

—No, no —desestimó el dominico—. La de Calatrava no es la única causa que tengo.

—¿Habéis conseguido un reemplazante de fray Pablo?

—No —respondió, con dureza—. Ya han pasado dos por este despacho en pocos días. Unos inútiles.

—¿Por qué no convocáis de nuevo al muchacho? Lo cierto es que no hay pruebas en su contra, Excelencia. Y dudo de que él os haya traicionado.

—Puede ser —consintió—, pero le he perdido la confianza. No, fray Pablo no volverá a poner pie en este despacho. Además, si, como presumo, él advirtió a Calatrava de su inminente arresto, nos guiará hasta él.

—¿Pensáis que fray Pablo sabe dónde se esconde?

—Lo tengo vigilado, por las dudas. El comisario está en ello.

Árdenas abandonó el convento de Santo Domingo con el estómago hecho una piedra. Necesitaba sacarse de encima el malestar. Se encaminó hacia el edificio de la Manufactura Real de Tabaco, detrás del cual había una casa cuyo exterior sobrio escondía el mejor burdel de la Provincia del Paraguay; él, que los conocía a todos, daba fe. Allí lo atendería Amparo, su favorita, y compraría uno de esos caramelos, los que las muchachas llamaban Almanegra, y que había probado la vez anterior. Costaba la ira de Dios, pero valía la pena. Nunca la había tenido más dura ni por tanto tiempo.



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